Por Damián Trivelli, Director de Estrategia y Asuntos Públicos de Grupo Etcheberry

Es ingenuo pensar que en Chile podremos volver a la normalidad una vez superada la pandemia. La crisis sanitaria está redefiniendo la globalización, el comercio internacional, las economías y las sociedades. En nuestro país, además, convive con la crisis social y de legitimidad.

Y si bien ya no hay manifestaciones, se han reducido los niveles de violencia, aplazado el proceso constitucional y subido en aprobación el Presidente, las razones estructurales que dieron origen al estallido de octubre siguen vigentes.

Aún más, que los trabajadores suspendidos más los desempleados lleguen casi a 1,3 millones hará que la clase media se vuelva más vulnerable y que aumente la pobreza. Además, la brecha digital se hará más evidente. Esto generará mayor nivel de desigualdad, profundizando las diferencias que dieron origen a la grieta social.

«Son las empresas, con todas las dificultades que están atravesando, las que tienen la oportunidad única de resignificar su rol, implementando respuestas significativas a la crisis actual y diseñando programas que prevengan futuras inequidades»

En este contexto, el rol del Estado es insustituible. Es el llamado a asegurar condiciones básicas mediante herramientas como el ingreso básico universal, mejoras en los seguros de desempleos, suspensión en el pago de deudas con instituciones financieras y el retail, garantías en la continuidad de los servicios básicos, etc.

Sin embargo, son las empresas, con todas las dificultades que están atravesando, las que tienen la oportunidad única de resignificar su rol, implementando respuestas significativas a la crisis actual y diseñando programas que prevengan futuras inequidades. Hoy, las empresas pueden transitar con mayor credibilidad hacia ser verdaderos agentes agregadores de valor social.

 

Esto requiere una reinvención a gran escala sobre cómo hacemos las cosas. Un planteamiento ético profundo que exige, en muchos casos, dejar de pensar y actuar como lo hemos hecho, cambiar paradigmas y enfocar nuestros recursos (financieros y humanos) en “aplanar la curva” de los impactos socioeconómicos de la crisis.

La nueva normalidad dependerá del tipo de sociedad que emerja. Ahí, el rol de las empresas como agregadores de valor social puede marcar la diferencia, constituyéndose como espacios de protección de sus colaboradores liderando un compromiso con los desafíos sociales. Así, las empresas serán valoradas como elementos centrales no solo del crecimiento, sino que del desarrollo integral de los países.